Ventana al mundo

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miércoles, 4 de marzo de 2015

CANTO AMARGO

El gallo tenía la molesta –y a la vez natural– costumbre de despertar a todos. Su estridente timbre se adelantaba una hora al resto de sus semejantes, siempre con tres interminables quiquiriquís que percutían sobre las paredes graníticas de la aldea. Una tarde apareció degollado detrás de la ermita. La mañana siguiente los vecinos parecieron extrañar el sonido del animal. Sin saber por qué, alguien culpó a Antonio ‘El mudo’. Desde entonces nadie lo saludaba al cruzárselo, agravando su ya de por sí carácter misántropo. La mañana que lo encontraron flotando en la poza el gallo había vuelto a cantar.