Su familia era un manojo de
nervios. Cuando tuvieron que empezar a compartir las bolsitas de tila, la
bancarrota le pareció ya irreversible.
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En su primer día como
examinador de tráfico, fingió confundir su botella con la de tila del joven
imberbe.
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Al comenzar la crisis, intercambió
su plantación de ciruelos por otra de tilos. Ahora cada sábado brinda junto al
vendedor de sogas.