Al final aquella chica resultó ser lo
que no era. Así pues, hice borrón y cuenta nueva. Decidí no volver a verla y salí
de las juventudes socialistas, a través de las cuales hubiera podido caminar hasta
llegar a ser miembro de facto en el partido. No mucho después, tras el
descalabro electoral, hubiese ascendido muchos puestos, hasta situarme en la
parrilla de salida. Un lustro más de esfuerzo, y la ayuda de los contactos que
ella tendría me iban a aupar, sin duda, a lo más alto del partido. Y entonces,
con el programa perseverado durante una década, un equipo funcionando a pleno
rendimiento y mi poder de oratoria, la victoria electoral. Luego, las noches
iluminadas por granos de café, llamadas de compromiso, reuniones con cada
meridiano, todo hasta conseguir ganar peso en Europa. El trabajo bien hecho, la
tentación de aquel maletín, mi hijo sin arropar. Taquicardias, papeles biliosos
de tanto pensarlos, y la reunión de urgencia con la que hubiésemos evitado el
conflicto armado entre ambos países. Nada de todo eso fue, y ahora que el rifle
rebelde apunta a tu sien, quisiera pedirte perdón por no haberlo evitado.
